Cuando el dolor asoma; entonces, somos inocentes

Imagen extraída de COOP57 (Jose Luis Ochoa)
Vivimos de prejuicios, llevamos al límite las mentiras, desistimos en ser honestos, y esperamos ser lo suficientemente ‘no culpables’, o al menos no todo lo culpables que somos en realidad. El dolor asoma de muchas formas, hace acto de presencia en la vanidad de cada uno, porque el cuerpo humano no está preparado para tanto odio, aunque algunos ya han conseguido mutar el gen del remordimiento.

Esperamos que nos tachen de inocentes, que se crean que no hay odio, ni rencor, ni ira en nuestras palabras, y es cierto en parte, porque las palabras pueden camuflar lo que el cuerpo dice a gritos. También nos esforzamos por contradecir las señales que nuestro físico emite cuando mentimos: un labio fruncido en mal momento, o una negación con la cabeza cuando, en el mismo momento, las palabras dicen lo contrario.

Decidimos engañar y mentir a los demás y a nosotros mismos, y esperamos creernos nuestra propia farsa aunque no se aguante por ningún sitio. Somos capaces de encontrar el perdón en actos imperdonables, y más aún, somos capaces de creernos que se nos puede eximir de culpa a cualquier precio y bajo cualquier circunstancia. Y en eso no podemos estar más equivocados.

Hoy en día, matas a alguien y te dan la libertad condicional por cuestiones de burocracia demente. O lo que es peor, maltratas física y psicológicamente a otra persona, igual en derechos que tú, y cuando los moratones se han largado los hechos se esfuman, y ya no hay pruebas concluyentes. Aunque haya testimonios y víctimas que acarrean tiempo muerto y cadena perpetua de pesadillas y traumas psicológicos.

Cuando se nos acusa es cuando se muestra la inocencia y la humanidad que no tenemos, porque por humanos hemos decidido dejarla atrás desde hace mucho tiempo. Es entonces cuando aparecen las cuartadas no perfectas, y es aquí cuando se nos encierra con cadena perpetua y se nos da la libertad condicionada pocos meses después. Ese es el problema. A la maldad no se la corrige, hay que desterrarla. 

Pero eso implica demasiada moralidad para un corazón humano pervertido por la ambición y el poder, que nos embargan el razonamiento que deberíamos aplicar en estos casos. No es lícito que un humano tenga más derechos que otro, ni mucho menos que pueda arrebatarle su libertad de esta manera. El sometimiento es la peor muerte, porque pudre a la vez que mata, y destruye lentamente lo que un disparo concluye en a penas un segundo.

1 comentario:

  1. Uh! Me impactó tanto el título que no pude seguir leyendo.

    Ya lo haré...
    Te felicito!

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