Una luna que llevarse de la mano


Imagen extraída de la página web elpais.com (Ángel Martínez)
No hay más lunas porque una basta para alumbrar la oscuridad de toda una noche esparcida alrededor del mundo. No hay más lunas, solo una; no hay más brillo que el necesario para alumbrarnos el camino. Por más ciegos que estemos, por más vulnerables que seamos, un derroche de brillo no nos hará más fuertes, ni menos apresados.


Ella alumbra, y sigue alumbrando, sin más consuelo que el de una sonrisa en nuestros labios, sin más agravio que una noche que amenaza con matarla unas doce veces al año. Y ella que sigue, y ella que no se cansa, nos regala su luz aún envidiándola sombras y lágrimas.

Ella, como siempre, tan testaruda, tan a sus anchas; ella que de la muerte para nosotros revive aún sabiendo que renaciendo se expone, de nuevo, a que la muerte se la lleva de la mano. Ella que en mí vive; yo, que de ella vivo. Si no hay camino, yo lo hago; si lo hay: alzo el vuelo, a ella llego y, antes que la muerte, de la mano me la llevo escaleras a bajo.

Mas la muerte la encuentra de todas formas: una vez al mes, esa maldita docena de veces al año… y no es que esté triste cuando muere, es que cuando desaparece yo muero en el acto; y renazco pocas veces, solo cuando ella me despierta con un beso en los labios.

Que la luna vive en mí, que yo sin ella no valgo; y si por pensarla la muerte viene antes a buscarme, y no me pasa de largo, que me mate en el momento que la mata a ella, así mi alma, a mi luna, le mando; pues con ella quiere quedarse cuando todo, en mi cuerpo, haya acabado.

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